Otra costumbre del IV domingo de Cuaresma era el pedir cabos de velas a los fieles. Con esos cabos se elaboraba el cirio pascual. En algunos lugares en este día se hace una colecta especial para adquirir el cirio. Sea con el donativo de cera o con el de dinero, el cirio es una ofrenda, y cobra sentido la expresión del pregón pascual: “En esta noche de gracia, acepta, Padre santo […]la solemne ofrenda de este cirio, hecho con cera de abejas.”

El cirio pascual es una vela de tamaño mayor a las demás, que tiene dibujada una cruz, el signo del alfa, del omega y el año y cinco granos de incienso clavados. Es un símbolo de Cristo resucitado y de su luz. Es una vela de renovación anual. Se bendice en la Vigilia Pascual de cada año, con lo cual se sustituye el del año anterior.

En la Vigilia Pascual, fuera de cada templo, se enciende el fuego nuevo y se bendice con una oración. Tras ello, se le pasa al celebrante el cirio, en el que traza una cruz, el signo del alfa y el del omega y cinco granos de incienso.

Tras ello es llevado el cirio encendido en procesión hasta el presbiterio. Ahí se coloca en un candelero a un lado del ambón (no en el centro del presbiterio), pues así se simboliza en la Liturgia de la Palabra que sigue al pregón pascual, que la Escritura se entiende a la luz de Cristo. En ese lugar debe de permanecer todo el tiempo de Pascua, encendiéndose en las celebraciones litúrgicas.

Terminado el Tiempo de Pascua, el cirio debe de colocarse junto a la fuente bautismal y permanecer apagado. Únicamente se encenderá en los bautismo, y también puede usarse en las misas exequiales, colocado junto al féretro, y en las bendiciones de nuevas fuentes bautismales.